El Samurai

Hace mucho mucho tiempo, en el lejano oriente, y más concretamente en Japón, vivía cerca de Tokio un respetado samurai, que había llegado ya a anciano, tras innumerables batallas ganadas con honor.

Su tiempo de guerrero en el campo de batalla había pasado, y ahora, este sabio samurai, se dedicaba a impartir sus enseñanzas a los más jóvenes, pese a que se seguía creyendo la leyenda de que era capaz de derrotar a cualquier adversario, por muy temido que fuese.

Una tarde de verano, apareció cerca de su casa un guerrero conocido por sus malas artes y poca caballerosidad. Le conocían por ser provocador y no tener el mínimo escrúpulo. Le gustaba molestar a su adversario, hasta que éste, movido por la ira, realizara un movimiento, lo que utilizaba para atacar por sorpresa. Cuentan que jamás había sido derrotado. Y esa tarde quiso probarlo con el anciano samurai para hacer más grande su fama.

A pesar de la oposición de los estudiantes, el sabio samurai aceptó el desafío, y la contienda comenzó. El guerrero, fiel a sus malas artes, empezó a insultar al sabio samurai, llegando a tirarle piedras e incluso escupirle en la cara, además de gritarle todo tipo de insultos e improperios dirigidos contra él pero también contra sus ancestros.

Así se sucedieron los minutos y las horas, sin respuesta alguna del sabio samurai, que permanecía impasible. Pasada la tarde, ya exhausto y ciertamente humillado, el irreverente guerrero se dio por vencido y se fue.

Los aprendices de samurai, indignados por los insultos que había recibido el maestro y a los que no había combatido, le preguntaron:

– Maestro, ¿cómo habéis podido soportar toda esta indignidad? ¿Por qué no blandísteis vuestra espada aunque supieras que ibas a perder la lucha, en vez de ser cobarde delante nuestro?– preguntaron.

A lo que el maestro les cuestionó:

– Si alguien llega con un presente y no lo aceptáis, ¿a quién pertenece el regalo?– les inquirió.

– ¡A quien lo vino a entregar!- Respondió un alumno.

– Pues lo mismo vale para la rabia, los insultos y la envidia… – Respondió el maestro samurai – …Cuando no son aceptados. Siguen perteneciendo a quien los llevaba consigo.

 

Anónimo

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